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Artículos Educativos

El valor de una sonrisa: ayuda y dejate ayudar

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Casi todo el mundo desea ayudar… aunque tantas veces en la vida real no lo hacemos.  Desearíamos nos entendieran y ayudaran… pero, ¿sabemos pedir ayuda?

Quiero compartir con vosotros una experiencia  real y una reflexión.

Hace unos años, atravesé un periodo de “gran cansancio mental” con dificultades para pensar correctamente. Tenia que hacer una sencilla gestión bancaria (pago de una tasa) que en otras ocasiones, sin dificultad había realizado en el cajero automático de mi banco.

¿Qué es lo que hoy no veía?

Mi mente, lenta y entristecida en ese periodo (necesitado además de ocultar a los demás la situación que tal vez debería haberme llevado a una baja temporal) no supo encontrar el modo de hacer la gestión, una y otra vez pasaba la tarjeta por el cajero, trataba de entender como hacerlo… no conseguía hacer algo tan sencillo!… ¿Qué es lo que hoy no veía?  Desasosiego, invasión de cierto estrés, sensación de inutilidad, afectación a autoestima y a su vez percepción — sin querer aceptarlo — que estaba enfermo. Al final, con sensación de fracaso, entré en el banco. Solicité a la cajera que me hiciera la gestión. No lo solicité con una sonrisa sino con la cara de impotencia y enojo que tal vez sentía contra mi mismo.

La cajera me miro y me contesto casi con monosílabos que lo hiciera en el cajero. La conteste que lo había intentado y no podía. Me insistió que era muy sencillo y que esas gestiones se debían hacer on-line o en el cajero. Volví a indicarla que no era capaz. Con una expresión malhumorada y contrariada me pidió esperar sentado.

Pasaron mas de 15 minutos, no vi que estuviera especialmente ocupada, sentí que la molestaba que algunos clientes la dieran un trabajo que ella consideraba no necesario.  Sentí que esperaba que me fuera o lo volviera a intentar.

Una lágrima más

Puse mis manos sobre el rostro, tratando de evadirme y descansar la mente. Al final me llamó, me volvió a contar lo fácil que era hacerlo en el cajero, me volvió a recordar que esas gestiones se debían hacer por esa vía. Me limité a escuchar cansado y humillado… yo no sabía hacer algo tan sencillo!.

Me hizo la gestión, me despedí y  me volvió a regalar su cara malhumorada sin emitir mas palabras.

Me sobraba tristeza y sensación de falta de capacidad en esos momentos… no necesitaba “esa lágrima adicional”… anécdotas que no son nada, lágrimas que entre millones no se notan…  sin embargo a veces las mas pequeñas lágrimas pueden ser  “la última gota que hizo desbordar el vaso” (no, en mi caso solo fue una más en esa ocasión, lo suficientemente significativa para recordarla muchos años después).

Hace unos días recordé esa situación. Tenia que volver a hacer una sencilla gestión que siempre efectúo en los cajeros automáticos… pero era consciente que mi mente estaba cansada nuevamente. Tenia cierto temor a revivir lo mismo — sí, era super sencillo de hacer, pero no para mi ese día.

(…) sin embargo a veces las mas pequeñas lágrimas pueden ser  “la última gota que hizo desbordar el vaso” (…)

La alma desnuda

Sin mirar el cajero entré directamente a la sucursal (la misma en la que había vivido la experiencia la otra vez), y con una gran — pero triste — sonrisa, dije a la mujer que atendía “la tengo que pedir disculpas, necesito hacer esta gestión, se que es muy sencilla y que debería hacerla en un cajero, pero en este momento mi mente esta ralentizada y disminuida por un problema mental y creo no sabré hacerlo”…

Había desnudado mi alma, había donado una sonrisa triste, había pedido ayuda con humildad y reconociendo mi situación (esa que antes habría ocultado)… la mujer me devolvió una gran sonrisa, me señaló que por supuesto no me preocupara, me hizo la gestión super rápida acompañándome al cajero pero efectuando la gestión por mi.  Incluso me pidió que no dudara de pedir ayuda cuando lo precisara y me regaló una calida sonrisa. Volví contento y con una sonrisa adicional a mi alma… esas sonrisas al alma que tanto necesitamos para que nos ayuden a hacer evaporar las lágrimas que moran en ella.

Estoy saliendo de esos días de cansancio, sé que muy pronto volveré a hacer alguna gestión bancaria… de esas que no son de todos los días pero que son muy sencillas de hacer en cajero si tu mente no te oprime.

Combatiendo el estigma

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La haré, contento (la superación de un periodo difícil siempre genera satisfacción y paz) volveré a entrar en el banco e iré a ver a la persona que me ayudó… solamente para recordarla lo que sucedió y volverla a agradecer lo que me ayudó y el bien que me hizo (que es mucho mayor que “ayudar a hacer una gestión” aúnque eso no puedan percibirlo).

Y se lo recordaré porque desearé hacerlo… pero también se lo recordaré para ayudarla a entender este tipo de situaciones… estoy seguro se sentirá bien; estoy seguro sentirá alegría por haber podido ayudar; estoy seguro que su vínculo hacia las personas que padecemos en ocasiones trastornos mentales será mayor; el estigma — en ella — tal vez un poquito menor (por poquito que sea!).

Y tu ¿pides ayuda? ¿te sientes reflejado en mi primera vivencia o en la segunda?

¿Y tu, cuándo álguien necesita tu ayuda? Tal vez sin atreverse a pedirla porque a veces pedir ayuda es doloroso o nos sentimos humillados… ¿Juzgas al que te la pide? ¿Sientes que te molesta sin valorar su porqué? Antes de juzgar trata de entender motivos diferentes a los que te llegan a la mente… y si esos motivos pueden existir, juzga si no eres tu el que debes juzgarte a ti mismo!

¿De verdad crees que no nos quieren ayudar cuando entienden lo que sucede?

¿No será que el miedo a que nos vean débiles nos lleva a ocultar una realidad que pretendemos que entiendan sin palabras?

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1 valoración

Neylin 28 de mayo de 2024 at 08:51
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