Brillando En La Oscuridad
Image default
Categorías 2025 ES

Categoría 9 – Relatos sobre Salud Mental y Adicciones

Comparte esto:

Artículos Relacionados

22 valoraciones

Jacqueline 2 de junio de 2025 at 03:55
Adrian Maldonado Bustamante 2 de junio de 2025 at 15:45
El internet un avance o problema de adicción de conducta de hoy en día, tanto en jóvenes como adultos

El presente artículo muestra la travesía, que muchos hoy en día atraviesan, es uno de los acontecimientos que suele darse con mayor frecuencia en jóvenes y adultos.

moises 2 de junio de 2025 at 16:58
moi
Carlos Alejandro Sarmiento 2 de junio de 2025 at 23:02
Alas Rotas...

Que las letras sigan viajando esquivando el miedo y la desesperanza.

Carlos Sarmiento 2 de junio de 2025 at 23:04
Alas Rotas

Que las letras sigan viajando esquivando el miedo y la desesperanza.

Alexandra Maldonado Rivero 3 de junio de 2025 at 01:13
Un sueño recurrente
Luis Barbosa 3 de junio de 2025 at 04:47
Bar el marino

elsoga7@gmail.com

Evelio Patricio Reyes Tipán 3 de junio de 2025 at 05:36
La casa de los desquiciados

LA CASA DE LOS DESQUICIADOS

Se encontraba al noroeste de la ciudad en un amplio terreno campestre donde las viviendas se hallaban separadas unas de otras por quebradas y arbustos.

En una de sus áreas se encontraba una bonita casa de construcción mixta de dos plantas. Tenía una amplia, sala, grandes dormitorios y cocina ventilada. En su alrededor está cubierta de jardines florecidos, bien cuidados.

Ventanas de chazas y portones labrados eran parte de su estructura. Un corredor con mirada al patio conectaba las habitaciones. Una gran escalera de pasamanos de buena madera conectaba el piso alto.

Llama la atención una pared decorada con macetero de ollas viejas y coloridas flores en forma ordenada.

El patio era muy llamativo lleno de vida separado por áreas. Donde se encontraban un gallinero, un lugar para los patos y su laguna, un pequeño potrero para el burro y chiqueros de chanchos.

La pareja de esposos; Juan y Amabilia, venían de una familia con el estigma de problemas psicológicos. Arrastrando enfermedades mentales que se transmitían de generación tras generación.

Que de repente atacaba a cada uno de sus miembros conduciendo a la muerte.
Con el tiempo los esposos en diferentes periodos sufrieron alteraciones.

Terminando sus vidas encerrado en pequeños cuartos oscuros de donde solo se escuchaban quejas y lamento en el día y la noche.

Los esposos tuvieron cinco hijos cada uno con drama más triste que otros que recuerdan la comunidad con pesar.

Uno de ellos de tanto fumar cigarro o marihuana perdió el sentido y salió a caminar por las calles pidiendo dinero con el torso desnudo en época de frío y calor paseando y posando en cada esquina del parque central.

Dos de sus bellas hijas de nombres muy simpático de repente fueron enviada fuera de la ciudad a vivir con otros familiares. Sin volver nunca más a su lugar nativo dejando una estela de incógnitas enloquecieron se casaron o murieron no volvieron. Los vecinos todavía las esperan.

Otro de los miembros de la familia, optó por masturbarse en las esquinas o tras arbustos al observar a las mujeres bonitas que pasaban cerca. Le agradaba montar en bicicleta muy acelerado. Al fallarle la mente en una de sus andanzas se estrelló .

El más joven de pronto se vistió de reina y salió a las calles, con pose femeninas donde convirtió a las carreteras en su pasarela para caminar de forma exotica, hacia detener el tráfico para mostrar sus locuras. Un día no midió límite y un carro lo arrasó y mato.

La casa de los desquiciados con el tiempo se fue cayendo hasta convertirse en una sencilla villa. Siempre llamaba la atención su fachada, atraía mucho pero al ingresar en sus predios se percibía una energía negativa.

Quienes pernoctar en el lugar, tenían miedo. Solo un miembro de la familia vive cuidando la pequeña casa. Esperando que su mente no se altere. Y no cargue con el estigma que llevó a la muerte a toda una familia. Ert.

Christian 4 de junio de 2025 at 09:19
Monique Muñoz 6 de junio de 2025 at 22:58
Las dos caras de la mente
Monique Muñoz 6 de junio de 2025 at 22:59
Las dos caras de la mente

Mi vida en un relato. No tiene precio

Monique Muñoz 6 de junio de 2025 at 23:28
Las dos caras de la mente

Mi vida en un relato. No tiene precio . Es invaluable, me acojo a las normas del concurso

Mario 8 de junio de 2025 at 16:05
Autobiografía de una Adiccion

[13/4 9:35 a. m.] Mario: Introducción

Este no es un libro de superhéroes.
Este es un libro sobre lo que significa ser humano.
Sobre las cicatrices, los tropiezos, las decisiones que nos transforman y la fuerza que nace del dolor.
Es la historia de cómo, a lo largo de los años, aprendí que la vida no siempre es justa, pero que siempre es una oportunidad para reinventarse.

Soy Mario Guillermo Mastrangelo, y lo que vas a leer no es solo una autobiografía. Es un viaje. El viaje de un hombre que atravesó las sombras de la adicción, la violencia y la desesperanza, pero que también aprendió a levantarse una y otra vez. No lo hice solo. Lo hice mirando al cielo, buscando dentro de mí la fuerza que nunca pensé tener.

Lo que encontrarás aquí son mis palabras, pero también las de miles de personas que, como yo, vivieron una batalla interna que no se ve. Y, al mismo tiempo, las historias de quienes aún están en esa lucha. Este libro es para ellos, para ti, para todos los que creen que están demasiado rotos para volver a ser completos. Porque te aseguro algo: no hay nada irremediable.

Si alguna vez te has sentido perdido, solo, o sin esperanza, este libro es para ti. Mi historia no es la única, pero es una historia de transformación, de descubrir que lo que parecía ser el final, en realidad, era solo el comienzo.

Así que aquí estamos, caminando juntos. Este es el relato de una vida que, aunque marcada por cicatrices, aprendió a mirarse al espejo y decir: “Ya no me voy a disfrazar de lo que no soy.”
[14/4 12:01 p. m.] Mario: Capítulo 1 – Cuando todo comienza roto

Mi historia no empezó bien. No tiene un comienzo feliz, ni una infancia de esas que se recuerdan con ternura. Empezó con una huida. —Mi mamá— se escapó a los 17 años con dos hijos a cuestas, huyendo de un hombre alcohólico que era mi padre. Huyó buscando un poco de paz, o tal vez solo buscando dejar de tener miedo.

Mi hermano tuvo otra suerte. Cayó en una familia bien, con casa, con comida, con una estructura. Yo no. A mí me tocó ir de familia en familia, como si fuera un paquete que nadie sabía dónde dejar. Viví abusos. Viví golpes. Viví gritos. Viví lo que muchos prefieren no nombrar, porque duele. Pero yo lo nombro, porque fue real. Y porque cada grito que escuché, cada mano que me marcó, cada noche que lloré sin saber por qué… fue parte de lo que me hizo.

No lo entendí en ese momento. ¿Cómo iba a entenderlo si era apenas un nene que no tenía ni un lugar fijo al que llamar hogar? Solo sabía que algo estaba mal. Que eso no podía ser amor. Que eso no podía ser la vida. Pero era lo que había. Y me lo tragué entero.

Crecí así, sin raíces, sin certezas. Con el corazón roto antes de aprender a leer. Y aun así, seguí. Como sea, pero seguí.

Capítulo 2 – La calle, la escuela del infierno

Mi mamá me rescató. Después de tanto tiempo, volvió por mí. Pero no fue el final feliz que uno esperaría. No fue mejor. Era la pobreza en carne viva. Un techo que se llovía, una olla que no siempre tenía algo. Y ella trabajando todo el día, dejando el alma para que yo tuviera aunque sea lo justo para sobrevivir.

Pero los chicos no sobreviven solo con comida. Necesitan presencia. Y yo, otra vez, estaba solo. Y cuando uno está solo, la calle te adopta. Pero no como una madre. La calle te hace hombre antes de tiempo. Te enseña a desconfiar, a correr, a pelear. Te muestra todos los atajos que terminan siempre en el mismo lugar: el infierno.

Aprendí de la calle. Caminé caminos torcidos. Me metí en lugares de los que era difícil salir. Conocí lo que no se cuenta. Empecé a coquetear con cosas que prometían olvido, pero daban cadenas: el delito, las drogas.

Y como si fuera poco, llegó la cárcel.

Capítulo 3 – El infierno tiene barrotes

Las drogas me llevaron a cometer delitos. Y los delitos me llevaron a pagar. La cárcel no fue una sorpresa, fue una consecuencia. Era como si la vida me dijera: «¿Querías saber cómo es el fondo? Bueno, acá lo tenés».

La cárcel no es como en las películas. Es peor. Es el infierno del que tanto hablan. No por los barrotes, sino por lo que se vive adentro. Ahí conocí mis demonios. No los de otros. LOS MÍOS. Esos que se te meten en la cabeza y te hacen creer que ya está, que no servís para nada, que naciste roto y vas a morir así.

Pero entre tanta oscuridad, hubo una frase. Una que no me olvido más. Me la dijo alguien que ya estaba curtido, que ya había visto todo:

«Loco, acá adentro sos vos. Acá estás solo. Cuídate.»

Y me lo dije tantas veces que un día me lo creí. Y empecé a cuidarme. No como quien espera que lo salven. Sino como quien entiende que o se salva solo, o no lo salva nadie.

Capítulo 4 – El principio del fin… o el fin del principio

No fue de un día para el otro. Pero algo en mí se quebró. Y a la vez, algo empezó a sanar. Como si por fin hubiera tocado el fondo del fondo. Ese punto donde entendés que o cambiás… o te perdés para siempre.

La cárcel fue mi espejo más brutal. Pero también fue mi primer maestro. Ahí entendí que la libertad no era salir. Era dejar de huir de mí mismo.

Y empecé a reconstruirme. Desde adentro. Desde donde nadie puede ver, pero donde todo empieza.

Capítulo 5 – El verdadero encierro estaba afuera

Salir fue raro. No fue alegría. Fue vértigo.

Uno cree que cuando se abren las puertas de la cárcel, empieza la libertad. Pero nadie te prepara para lo que pasa después. Porque el encierro más difícil no es el de las rejas, sino el que llevás adentro. Ese que te construiste con años de heridas, culpas, mentiras y mecanismos para no sentir.

Afuera estaba todo igual. Las calles, la pobreza, la noche, los mismos vicios disfrazados de amigos. Pero yo ya no era el mismo. Algo en mí se había roto… o quizás, se había empezado a abrir.

El primer gran enemigo fueron las adicciones. Estaban ahí, esperándome. Como viejas amantes. Como si me dijeran: «Volvamos a lo de siempre, acá no pasa nada.»

Pero esta vez dije que no. No porque no tuviera ganas. Sino porque sabía que si volvía, no salía más.

Y lo más importante: no fui a una clínica, no tuve grupos, no tuve red. Una sola vez vi a un psicólogo. El resto fue conmigo. Con mi alma. Con el espejo.

Porque el espejo nunca me mintió.

Me empecé a mirar todos los días. En silencio. Sin juzgarme. Sin escapar. Y en esos ojos hinchados, tristes, rotos… empecé a ver algo más: mi esencia.

No salí porque me empujaron. Salí porque algo en lo más profundo de mi ser gritó: «Basta.»

Porque entendí que merecía otra vida. Porque por primera vez me creí capaz de cambiar.

Así entendí que el verdadero trabajo no era dejar de consumir. Era empezar a vivir sin anestesia.

Mirar la vida de frente. Sentir el dolor sin correr. Hacerme cargo. Perdonarme. Elegirme.

Porque reconstruirse no es volver a ser quien eras. Es convertirte, por fin, en quien siempre estuviste destinado a ser.

Capítulo 6 – El despertar del propósito

Pasaron meses. La rutina se fue acomodando, pero yo ya no era el mismo. Y lo que es más importante: el mundo tampoco lo era. El cambio no fue de golpe. Fue paulatino. Fue el aprendizaje de que ya no había una versión de mí que se pudiera esconder. Estaba frente a la vida con todo lo que era, con todo lo que había sido, con todo lo que podía llegar a ser.

El primer paso, quizás el más doloroso, fue enfrentarme a la soledad. Porque salir de las adicciones no significaba que el vacío se llenara automáticamente. Era más bien lo contrario: ahora que ya no tenía las drogas, el alcohol, las mentiras… tenía que enfrentarme a mi vacío real.

Y ese vacío no era miedo ni desesperación. Era el espacio donde podía empezar a construir algo nuevo. Pero para hacerlo, necesitaba aprender a estar conmigo mismo, sin escapatorias, sin trampas.

El espejo siguió siendo mi compañero. Me veía. Y lo que veía ya no era un joven perdido, sino a un hombre decidido a darle una vuelta a su vida. A esa vida que no sabía ni cómo empezar a encarar, pero que en algún rincón de su alma sabía que merecía. Sabía que podía ser mejor. Sabía que podía construir un propósito.

Pero no fue fácil. Había días oscuros. Había noches donde la tentación era como una sombra acechante. Había momentos de duda, de preguntarme si realmente podía. Y cada vez que me preguntaba eso, el espejo me respondía: «Sí, podés. Aunque no sepas cómo. Aunque no sepas cuándo. Pero podés.»

La primera vez que sentí la necesidad de compartir mi historia fue cuando entendí que mi proceso no era solo mío. No solo estaba luchando por mí. Había un llamado, algo mucho más grande que mi propio sufrimiento, que me empujaba a ayudar. A contar lo que había vivido. A darles a otros lo que tal vez yo no había recibido: esperanza.

En la misma calle, entre las mismas esquinas donde una vez había caído, encontré a otros que, como yo, estaban buscando una salida. No eran más débiles que yo, ni menos valientes. Solo estaban perdidos, como lo estuve yo. Y ahí me di cuenta de algo: el dolor no es algo que te define. Es algo que compartís, para sanar.

Empecé a hablar. Empecé a escuchar. Empecé a ayudar.

Usé las redes como herramienta, y me convertí yo mismo en esa herramienta. Desde mi lugar, desde mi historia, empecé a cambiar el mundo de alguien. Y eso fue suficiente para cambiar el mío.

A los 45 años empezó el cambio real. Empecé a ser yo.

¿Sabés por qué?

Porque entendí que solo yo podía convertir lo que era un viaje al fondo… en algo que no terminara siendo mi tumba.

Capítulo 7 – Mirar al cielo

“Solo las caras que miran al cielo sienten el brillo del sol.”

Durante muchos años, yo solo miraba al piso. Por miedo, por costumbre, por vergüenza. Tenía la mirada hundida, como quien cree que no merece otra cosa que la sombra.

Pero hubo un momento —no sé exactamente cuál— en que levanté la cabeza. Y fue ahí cuando entendí lo que decía esa frase que hoy siento tan mía: que el sol siempre estuvo, pero yo no lo estaba viendo.

Mirar al cielo fue una elección. No de esperanza mágica, sino de coraje. Porque después de tanto dolor, de tanto barro, de tanta oscuridad, elegir mirar hacia arriba era un acto de rebeldía. Era gritarle al mundo: “No me vas a romper. Estoy vivo, y sigo.”

No fue de un día para el otro. No es que de repente todo se volvió luz. Pero empecé a ver señales. Personas. Momentos. Voces. Cosas pequeñas que antes no notaba porque estaba demasiado ocupado sobreviviendo.

Cuando levantás la cabeza, ves más allá. Ves posibilidades. Ves caminos.

Y también ves gente. Porque sí, el mundo está lleno de oscuridad, pero también está lleno de personas que, como vos, están tratando de sanar. Y cuando te encontrás con otra alma que también miró al cielo, pasa algo mágico: te reconocés.

Desde ese momento, todo cambió de lugar. Ya no era el que sufría, era el que había transitado el sufrimiento. Ya no era el adicto, era el que eligió dejar de serlo. Ya no era la víctima, era el sobreviviente. Y eso… eso te da un poder que no sabés que tenés hasta que lo usás: el de inspirar a otros.

Y así empecé a caminar con otra postura. No con arrogancia. Con dignidad.

Porque había aprendido a mirar hacia arriba. Y lo mejor de todo: había aprendido a mirar hacia adentro.

Y entendí algo que ahora llevo tatuado en el alma:

Porque cada vez que me caí, me caí mirando al cielo. Porque ya sabía que iba a salir.
[14/4 12:04 p. m.] Mario: Capítulo 8 – El arte de sostenerse (Revisión con cierre)

Salir es una cosa. Sostenerse es otra.
Nadie te cuenta eso. Nadie te prepara para los días “normales”. Esos donde no pasa nada grave, pero el vacío vuelve a aparecer. Esos donde no estás en el infierno, pero tampoco en el cielo.

Ahí es donde se juega todo.

Sostenerse es un arte. Uno que no aprendés en los libros ni en los discursos. Se aprende en la repetición, en la paciencia, en los días donde nadie te aplaude, pero igual hacés lo correcto. En los días donde la tentación aparece disfrazada de nostalgia, y vos la mirás a los ojos y le decís: “Ya no sos bienvenida”.

Yo no sabía cómo sostenerme, así que inventé mi forma.
Cada día me despertaba y me decía: “Solo por hoy. Solo por hoy no me voy a traicionar.”
Y a veces me dolía el alma, pero no me traicionaba.
Y a veces tenía ganas de mandarlo todo al carajo, pero me quedaba.
Y a veces me sentía vacío, pero me abrazaba.

Aprendí a sostenerme como un equilibrista que camina sobre un hilo sin red. Sabía que si me caía, no había nadie ahí para agarrarme. Y no lo digo desde la queja. Lo digo desde la responsabilidad. Porque esa conciencia me dio poder. Me enseñó que el suelo era mío, pero también el cielo. Que el mismo cuerpo que usé para autodestruirme, podía ser la herramienta para reconstruirme.

El cuerpo, la mente, el alma.
Todo estaba empezando a alinearse.

¿Sabés lo más loco? Que el cambio más fuerte no fue dejar de consumir. Fue aprender a vivir con presencia. A sentir sin anestesia. A elegir, aún cuando dolía.
A sostener lo que estaba naciendo, incluso cuando parecía frágil.

Porque todo lo nuevo es frágil al principio. Como una planta que brota entre escombros. Pero si la cuidás, si no la pisás, si la regás… crece.
Y un día te das cuenta de que ya no estás sobreviviendo. Estás viviendo.

Ese día llegó.
Y cuando llegó, entendí que sostenerme no era una carga.
Era un regalo.

Me he caído tantas veces. Pero mirando al cielo, porque ya sabía que iba a salir.
[14/4 12:04 p. m.] Mario: Capítulo 9 – El poder de dar sentido al dolor

La vida no tiene sentido, o al menos no lo tiene de la forma en que uno espera.
Pero cuando empezás a darle sentido al dolor, al sufrimiento, a los tropiezos… eso cambia todo.

Siempre creí que el dolor era solo eso: algo que te parte, que te arrastra, que te quema. Y sí, lo es. Pero también es un maestro. Es un maestro que habla en susurros, pero que tiene lecciones profundas para quien se atreve a escuchar.

Lo primero que entendí fue que todo el sufrimiento que había atravesado, no era en vano. Aunque no lo viera en su momento, cada golpe, cada caída, cada lágrima me había acercado a un lugar más sabio, a un lugar más real.

Ya no me veía como víctima. Ya no me identificaba con la persona rota que había sido. Empecé a ver las cicatrices como lo que son: huellas de un camino recorrido, no una condena.

Y ahí fue cuando descubrí el verdadero poder. No el poder de salir del infierno, sino el poder de transformar lo vivido en algo que te empuja hacia adelante. En algo que te hace más fuerte. En algo que te da propósito.

Porque el dolor, cuando le das sentido, se convierte en gasolina. Se convierte en la fuerza que te impulsa, en el faro que te guía cuando las cosas se ponen oscuras.

Aprendí a dejar ir lo que no podía cambiar. A perdonar lo que me había hecho daño, porque el perdón no era para los demás, era para mí. Y cuando lo entendí, algo en mi interior se desbloqueó.

Ahora no me pregunto por qué me pasó todo lo que me pasó. Me pregunto qué puedo hacer con eso.
Y todo lo que me pasó, todo el sufrimiento, todo el vacío… se convirtió en mi historia. En mi historia de cambio, de transformación. En mi historia de quien no se dejó vencer por el dolor, sino que aprendió a usarlo.

El verdadero poder de vivir no está en evitar el sufrimiento. Está en aprender a encontrar la belleza en medio de él. En usarlo para crecer. En convertirlo en una herramienta, no en un lastre.

Porque entendí que no debo odiar las heridas. Y así aprendí a amar las mías.
Cada cicatriz, cada lección, me llevó a donde estoy. Y eso, al final, tiene sentido.
[14/4 12:04 p. m.] Mario: Capítulo 10 – La magia de empezar de nuevo

Una vez que tocas fondo, la única dirección posible es hacia arriba. Pero lo que nadie te dice es que subir no es automático. Subir requiere trabajo. Requiere voluntad. Y más que nada, requiere valentía. Porque enfrentarse a uno mismo no es fácil. Y menos cuando el miedo sigue acechando, esperando el momento exacto para volver a atraparte.

Lo primero que aprendí es que no se trata de olvidar lo vivido, sino de aprender a vivir con lo que uno ha sido. No puedes borrar el pasado, pero sí decidir qué hacer con él. Y eso, al principio, es aterrador. Porque cambiar te obliga a soltar muchas cosas que parecían ser parte de tu identidad, aunque solo eran parte de tu sufrimiento.

Empezar de nuevo significa despojarse de las viejas capas, esas que te cubren para ocultar el dolor, pero que en realidad te están matando poco a poco. Y cuando te quitas esas capas, te quedas vulnerable, expuesto. Pero también te quedas libre. Y en esa libertad, por primera vez, puedes respirar profundamente.

Y lo curioso es que, al principio, el vacío parece enorme. Es un espacio que creías que no podrías llenar. Pero ese vacío es la oportunidad de construir algo nuevo. De crear una nueva vida, un nuevo propósito, desde las cenizas de lo que fue.

Nunca será fácil. Siempre habrá tentaciones, momentos oscuros, días de desesperanza. Pero lo que ahora tengo es una herramienta poderosa: la conciencia. La capacidad de ver el camino antes de recorrerlo. De reconocer las señales. Y lo más importante, la decisión firme de no rendirme.

El inicio no es brillante ni espectacular. Pero es honesto. Y eso es todo lo que necesito: empezar con lo que tengo, sabiendo que el verdadero cambio empieza desde adentro.

Porque el primer paso hacia el nuevo yo, siempre, es el más difícil. Pero después de darlo, los siguientes vienen con mayor claridad.
[14/4 12:04 p. m.] Mario: Capítulo 11 – Creer en mí, el clic de los 45

A los 45 años, después de atravesar la pandemia y todo lo que vino con ella, algo dentro de mí hizo clic. Era un sonido suave, casi imperceptible, pero profundo. Fue en ese momento cuando entendí que ya no podía seguir esperando que el mundo me diera permiso para ser quien realmente era. Ya no podía esperar que los demás creyeran en mí para que yo empezara a creer en mí mismo.

La pandemia me enseñó muchas cosas. La soledad, el miedo, la incertidumbre. Pero también me mostró lo que soy capaz de hacer cuando ya no tengo excusas, cuando no me quedan más trampas en las que esconderme. Fue ahí cuando decidí usar las redes sociales como una herramienta de evolución personal. No para mostrarme al mundo como el que quería ser, sino como el que realmente era, con mis luces y mis sombras, con todo lo que había aprendido y todo lo que aún me faltaba por aprender.

Empecé a compartir mi historia. No de una manera perfecta, ni cuidadosamente diseñada. Sino desde la verdad cruda, desde la experiencia vivida. Y lo curioso fue que, a medida que lo hacía, me sentía más libre. Algo en mí cambió: ya no buscaba validación externa, ya no necesitaba que los demás me aceptaran. Empecé a creer en mí, a darme cuenta de que mi propio testimonio tenía valor.

El día que dije: «Basta. Voy a ser yo, tal cual soy», me sentí como si me hubiera quitado un peso de encima. Ese día, un amigo cercano, alguien que ya había visto mi proceso desde el principio, me dijo algo que nunca olvidé: «Creé en vos, loco. Y ama tu forma de ser». Esas palabras fueron como un faro en la oscuridad. Me di cuenta de que, por fin, no tenía que cambiar para ser aceptado. Solo tenía que ser auténtico. Y al hacerlo, el mundo empezó a cambiar.

Me di cuenta de que el potencial nunca estuvo afuera. El verdadero potencial siempre estuvo dentro de mí. Solo tenía que confiar en él.
[14/4 12:04 p. m.] Mario: Capítulo 12 – La lucha interna

Cuando decidí empezar a construir mi mejor versión, lo hice con una regla: no compararme con nadie. No con los demás, no con las expectativas ajenas, no con esas sombras que había creado en mi cabeza de lo que debería ser. Mi única competencia era conmigo mismo, con mi propia lucha interna, la que había estado ahí todo el tiempo, pero que nunca había sido capaz de enfrentar de manera honesta.

La verdadera guerra no es la que libramos con el mundo exterior, sino la que tenemos dentro. Esa batalla constante de querer mejorar, de no caer en los viejos hábitos, de ser fuerte cuando todo a tu alrededor te invita a rendirte. Y esa lucha es la que realmente define el rumbo de nuestras vidas.

A lo largo de los años, había dejado que el miedo, las inseguridades y las dudas me dominaran. Pero al empezar a enfrentar esa guerra interna, algo cambió. No fue de un día para otro, ni fue fácil. Había momentos de caída, de querer rendirme. Pero lo que entendí fue que cada vez que me levantaba, aunque fuera con las manos temblorosas y el corazón pesado, estaba ganando terreno.

Mi lucha no era contra el mundo, ni contra los demás. Era contra mi versión más débil, esa que prefería la comodidad de la oscuridad y las excusas. Cuando empecé a ganarle a esa parte de mí, todo lo demás comenzó a tener sentido. Porque entendí que si lograba salir victorioso en mi batalla interna, afuera no habría más guerra. Las circunstancias, las personas, los obstáculos… serían solo eso: situaciones que no podrían derrotarme, porque ya había vencido la mayor batalla de todas.

Y así fue como, paso a paso, empecé a construir mi mejor versión. No la mejor versión que otros esperaban, ni la que estaba basada en un ideal ajeno. No. La mía. La que surgía desde lo más profundo, desde las cicatrices, desde la vulnerabilidad. Y entendí que esa versión no era perfecta. Pero era auténtica. Y eso, en un mundo lleno de máscaras, es lo más valioso que puedo ofrecerme a mí mismo.
[14/4 12:04 p. m.] Mario: Capítulo 13 – De sobreviviente a herramienta de cambio

Después de tanto caminar, de tanto caer y levantarme, entendí que no era suficiente con sanar. Quería ir más allá. Quería entender. Quería transformar todo ese dolor en sabiduría, en servicio, en valor para otros. Y así fue como empecé a estudiar.

Me metí de lleno en el mundo del desarrollo personal. Me recibí de Coach Motivacional, me formé como Máster en PNL y comencé a estudiar neurociencia y psicología del cambio. Quería comprender, desde lo más profundo, cómo funcionan la mente, las emociones, y cómo los estados de ánimo moldean nuestras decisiones, nuestras acciones, nuestra vida entera.

Y mientras más aprendía, más me transformaba. Ya no era solo un tipo que había salido del fondo. Empezaba a convertirme en una herramienta. Una guía. Una voz para otros que, como yo en algún momento, estaban perdidos, rotos, sin saber por dónde empezar.

Empecé a dar lo que quería recibir. Empecé a ser eso que tanto necesité cuando más solo estaba: una palabra justa, un abrazo invisible, una presencia sincera. Lo que antes buscaba afuera, ahora lo ofrecía desde adentro.

Entendí que mis heridas no eran un obstáculo. Eran mi mayor fortaleza. Porque cuando vos ya caminaste el barro, sabés cómo avisarle a otro dónde están los pozos. Porque cuando vos estuviste roto y te reconstruiste, sabés cómo acompañar al que aún no encuentra los pedazos.

No se trataba de tener todas las respuestas, sino de tener el coraje de estar ahí. De sostener una palabra, una mirada, una presencia real. De decir: “Yo estuve ahí. Sé lo que se siente. Y si yo pude, vos también podés.”

Me convertí en eso que yo mismo necesité alguna vez: una mano, una palabra, una señal de que hay salida.

Y esa fue la misión que le dio sentido a todo lo anterior.
[14/4 12:04 p. m.] Mario: Capítulo 14 – Amar mis heridas

Y así aprendí. Y aprendí que nunca hay que odiar las heridas, porque yo aprendí a amar las mías.

Las heridas no son debilidades. Son marcas de guerra. Son memoria viva de que estuve, de que pasé, de que sobreviví. Durante mucho tiempo quise esconderlas, taparlas, disimularlas. Me daba vergüenza lo que había vivido, lo que había sentido, lo que había hecho.

Pero un día entendí que cada una de ellas me había traído hasta acá.

Cada caída, cada pérdida, cada noche larga… me enseñó algo. A veces me enseñó a no confiar, otras a defenderme. A veces me enseñó a llorar sin vergüenza. A veces simplemente me enseñó que dolía, y que aun así, se podía seguir.

Amar mis heridas fue entender que no me definen, pero sí me construyen. Que son parte del camino. Que no tengo que sanarlas para que desaparezcan, sino para que dejen de doler.

Hoy no las oculto. Las muestro con dignidad. Porque me recuerdan quién fui, pero sobre todo quién elegí ser.

Las heridas me enseñaron empatía. Me dieron la llave para conectar con otros desde un lugar real. Me recordaron que nadie está exento del dolor, pero todos somos capaces de transformarlo.

No es romantizar el sufrimiento. Es honrar el proceso.

Y si tuviera que volver atrás, no cambiaría nada. Porque todo eso que parecía un castigo, fue en realidad una escuela.

Una escuela que me dejó claro esto:

No soy mis errores. No soy mis caídas.
Soy el que se levantó después de cada una.
Soy el que aprendió a amar lo que dolía.
Soy el que, con las heridas abiertas, eligió vivir.
Y todo eso me ayudó a salir del borde.
[14/4 12:04 p. m.] Mario: Capítulo 15 – El puente invisible

Hubo un momento en el que sentí que estaba cruzando un puente.
No era de madera, ni de hierro.
Era un puente invisible, hecho de decisiones internas.
Cada paso era un pensamiento, una elección, un acto de fe.

De un lado estaba mi pasado: la adicción, el dolor, el abandono, la oscuridad.
Del otro, un futuro que no conocía, pero que empezaba a soñar.
No sabía si iba a aguantar. No sabía si iba a llegar.
Solo sabía que tenía que avanzar.

A veces me temblaban las piernas. A veces quería volver.
Pero el puente no tenía retorno.
Porque cuando empezás a despertarte… ya no podés volver a dormirte del todo.

El puente no era para escapar. Era para transformarme.

Cada vez que dudaba, me repetía:
«Vos podés. ¡Te juro que podés!»

Y cada vez que daba un paso más, el puente se hacía más sólido.
No porque el mundo cambiara, sino porque yo cambiaba.

Lo invisible se volvía real.
Lo incierto se volvía camino.
El miedo se volvía fuerza.

Ese puente me enseñó que no siempre se ve el destino, pero si el corazón te lo pide, ya estás llegando.
Porque del otro lado… estaba yo.


[14/4 12:04 p. m.] Mario: Capítulo 16 – El taller de la vida

Un día entendí que todo lo que viví no fue castigo, fue preparación.
Cada herida era una herramienta.
Cada caída, un plano.
Cada lágrima, un manual.

Y así nació el taller de la vida.
No con máquinas, ni con tornillos.
Con emociones. Con historias. Con personas que, como yo, estaban rotas y querían arreglarse.
Pero no para ser como antes.
Sino para ser mejores. Más sabios. Más humanos.

Mi historia, esa que durante años me dio vergüenza, empezó a ser el vehículo.
Mi voz, esa que muchas veces se quebró, empezó a ser guía.
Mis cicatrices, esas que escondía, se convirtieron en puentes hacia otros.

La ingeniería emocional fue mi mapa.
Y yo, que alguna vez fui el que no sabía para dónde ir, empecé a acompañar a otros a encontrar su rumbo.

El taller se volvió ambulante.
Porque no necesitaba un lugar fijo.
Porque el verdadero taller estaba en cada charla, en cada mirada, en cada abrazo que decía:
«Yo también estuve ahí. Y salí.»

No soy un gurú. No soy un iluminado.
Soy alguien que no se rindió.
Y que ahora elige no guardarse nada.

Porque si mi camino puede iluminarle un paso a otro…
entonces todo valió la pena.

Matilde 9 de junio de 2025 at 02:32
Entre nosotras

Mi cuento realista » Entre Nosotras» trata sobre la experiencia de traer a mi madre con alzheimer desde el interior. Cumplirle algunos de sus sueños, conversar a la par de su deterioro, viajar y vivir en pandemia las dos solas y tratar que no sea traumático para ella.

Christian suarez 9 de junio de 2025 at 14:03
Cuatro años de oscuridad

Un texto que no solo cuenta mi historia sino que también cuenta la historia de mas de un adicto

Alina Vallejo Mejía 10 de junio de 2025 at 05:07
Mi vida en un pequeño corazón
Alicia Chávez González 12 de junio de 2025 at 20:05
Buscando un cambio verdadero
Daniel López León 13 de junio de 2025 at 06:39
La adicción ; un mal poco entendido

Demasiado organizado

J.antonio 13 de junio de 2025 at 10:29
Salir de la oscuridad
Ernesto Estrada Loredo 14 de junio de 2025 at 06:39
Una luz en la obscuridad
Paula García 18 de junio de 2025 at 22:38
CONCURSO

Me ha encantafo participar

Matilde Chanagá Gallardo 24 de junio de 2025 at 03:31
Olga

Olga.

La primera vez que tuvimos que internar a mi hermana Olga; mi madre estaba aún con todas sus facultades, la visitaba en el hospital psiquiátrico todos los días en horas de la tarde, la llevaba al parque del gran hospital, la peinaba y llevaba a la cafetería para tomar onces.
Hoy mi madre padece de Alzheimer y son dos las pacientes que debemos cuidar, en un hogar conformado por varias mujeres, hermanas y sobrinas, los varones pocos en la familia tomaron rumbos diferentes.

Creo que una enfermedad mental inicia mucho antes que se haga evidente; en el caso de mi hermana era su comportamiento, a veces egoísta otras veces disociador, creíamos que era parte de su personalidad.

Ella y yo tuvimos discusiones en la adolescencia, las normales dentro de una hermandad, siempre sentí que papá la favorecía a ella, creo que no, es solo que somos las menores de siete hermanos y entre ella y yo hay una diferencia de cuatro años, la menor es ella; cuento esto para deciros que uno se da cuenta cuánto ama a sus hermanos cuando los ve sufriendo lo insufrible.

Sería bueno contar que cuando papá tuvo el accidente, en la sala de cuidados intensivos y a sabiendas que partiría;
le pedí perdón y prometí cuidar de Olga para de alguna forma resarcir cualquier mal que hubiese causado a él por mis peleas con ella, he tratado de cumplir mi promesa.

Luego todo empezó con ella discutiendo con nosotras y con los vecinos por temas menores, vino su falta de sueño, sus noches de desvelo deambulando por la casa, su llanto sin razón aparente, su luto eterno por la muerte de papá, sus recuerdos del pasado, en la época que sufrió abuso sexual por parte de un amigo de la familia,

Luego las discusiones se tornaron en violencia, recuerdo esa primera vez de su enfermedad, ella salía a la calle y empezaba a caminar de prisa yo trataba de seguirle el paso, no la dejaba sola por temor a que sufriera un accidente, ella regañaba a las cajeras de los supermercados a los que entraba a preguntar por artículos que no necesitaba, compraba cosas innecesarias, yo miraba suplicante a los dependientes y pedía disculpas sin que ella lo notará para no provocar su furia, otro síntoma es la extrema religiosidad, recuerdo que llegamos a las bancas de la iglesia y mientras ella rezaba de rodillas, yo sentada en la banca lloraba en silencio
al ver su estado, hoy justificado está ese llanto, durante más de veinte años la he visto sufrir mientras pierde autonomía, libertad, dignidad y calidad de vida; solemos decir en casa que una enfermedad mental es de las peores, puesto que una dolencia física aunque fuerte se puede superar mejor si el paciente tiene lucidez mental y capacidad de solventar sus necesidades primarias.

Cómo dije antes, han pasado algo más de veinte años, entre hospitales psiquiátricos, medicamentos fuertes, exámenes y demás.

Su diagnóstico cambia con los los años, trastorno bipolar y depresión decían al inicio, luego le agregaron, “trastorno afectivo, maníaco depresivo bipolar” cada palabra trae la justificación de una reacción suya, agresividad, manipulación, tristeza, alegría desmedida y una lista sin fin de etcéteras.

Lo de la hidrocefalia se hizo evidente en una ocasión que en el hospital psiquiátrico sufrió una caída y se golpeó la cabeza, mi madre pidió al psiquiatra que ordenará un examen para ver si le había afectado el golpe su cabeza, el resultado arrojó una hidrocefalia supratentorial obstructiva severa, bastante avanzada que se sumó a sus otros diagnósticos.
El neurocirujano dice después de ver los resultados de la tomografía y el electroencefalograma, que ya no es posible hacer una cirugía, sería un riesgo muy alto.

Hablar de los medicamentos es tocar otros temas delicados, la dependencia que ella ha desarrollado a estos, la independencia que ha perdido por sus efectos secundarios, verla como cada día le cuesta hacer actividades básicas, cuando está estable su salud, camina despacio, poco a poco va encorvando su cuerpo y sus piernas, si va a hablar o a pensar algo, se detiene, cierra los ojos olvida las palabras que va decir, después de un rato dice algo y avanza; por otro lado cuando recae en sus crisis pierde totalmente su motricidad y sus cuidadoras debemos hacer por ella lo más básico.
En cierta ocasión estaba a mi cuidado y yo estaba organizando un libro de relatos de diferentes autores por lo que los escritores y el editor se comunicaban conmigo muy seguido, a ella eso le ocasionaba malestar y buscaba llamar mi atención,
¡Susana! ¡Susana!
La oía llamarme.
Con mucho esfuerzo acudía a su llamado, la ayudaba a levantarse de la cama, la llevaba apoyada en mi hombro, la sentaba con todo el cuidado en una silla cómoda e iba a hacer las labores domésticas, a preparar los alimentos para ella y mi madre o a atender asuntos relacionados con el libro, no pasaban cinco minutos cuando la veía levantarse del asiento con mucha energía y caminar hacia el teléfono o el televisor, mientras me desplazaba a su lado ella caía sobre sus nalgas y como estaba bajo efecto del medicamento se hacía más pesado levantarla, la tomaba por las axilas por detrás de su cuerpo y la levantaba con mucha dificultad, es de destacar que en ese entonces ella pesaba 60 kilos y yo siempre menuda solo peso 55 kilos.
No podía dejarla en el suelo, ya que mi madre estaba mirando y se angustiaba mucho.
En ocasiones para levantarse de la cama pide ayuda, vamos a ayudarla, se sienta por un momento.
-Olga le digo- agarra con tus manos el caminador para que te sostengas sentada.
– no es necesario Susana -me responde.
-déjame quieta – me dice algo irritada.
En tres segundos se va hacia atrás y cae boca arriba con sus pies fuera de la cama;
entonces empieza a tratar de levantarse con sus brazos en alto y sus uñas arañando el aire como si quisiera agarrarse y sostenerse de él; se asemeja a una tortuga cuando cae sobre su caparazón y se le hace imposible voltear o levantarse, de modo que hay que llenarse de paciencia y de nuevo tomarla de las manos, que se apoye en su caminador, tomarla de los hombros y levantarla, pareciera que por efecto de los medicamentos se quedará pegada a los asientos y las camas.

Hemos aprendido a leer sus reacciones, sus estados de ánimo y de salud, existen reacciones humanas que son normales en cualquier persona sana, sin embargo en ella son indicadores de una próxima recaída, por ejemplo si se torna activa, despierta, colaboradora, generosa, formal, nos damos cuenta que muy pronto tendremos que internarla; por el contrario, sabemos que está bien si duerme casi todo el día y se mantiene callada y apática ante todo.

Cuando la llevo de consulta médica se toma de mi brazo o le tomo su mano, es impresionante como su cuerpo tiembla, es extraño ir del brazo de alguien así, se afirma en mi humanidad para asegurarse y hace que me mueva con ella y haga más fuerza de la normal, es difícil transmitir mediante este texto lo que se siente llevando a alguien así, si alguno de ustedes ha tenido que lidiar con una persona que se pasa de alcohol me entenderá un poco, aparte de eso el temblor en su cuerpo es el que hace difícil el caminar llevándola a ella.

Al principio me irritaba mucho su actitud demandante, ella cree que atender un capricho suyo es imperioso por encima de satisfacer una necesidad básica propia o hacer algo que me gusta, una manualidad, escribir algo u otra actividad agradable y ese creer que debe controlar todo lo que hacemos en la casa; por ejemplo se me ocurre decir que voy a lavar los trastos, ella me dice donde está el jabón y como debo hacerlo de la mejor forma para ahorrar agua; si estoy haciendo aseo al piso, mira fijamente, levanta su dedo índice y me dice.
-¡Mire Susana ahí le quedó sucio!
– Susana para el almuerzo preparamos arroz de pollo con verduras- me dice mi hermana mayor.
– pueden preparar plátano maduro dice Olga desde el patio sentada en su mueble azul.
la miro por un momento mientras cierra con fuerza los ojos y dice.
-El plátano maduro está en …apunta su sien con la punta de su dedo índice y aprieta sus ojos para recordar cómo se pronuncia.
Está en… la gaveta de la cocina junto a la estufa.
se esfuerza mucho para decirnos algo que de sobra sabemos.

Y ella, se fija en todo lo que hacen sus hermanas y cómo organizan el mercado y los útiles de aseo.

A veces llego a hacer mi turno de cuidarlas y ella me llama para contarme sus vivencias de hace años, cuando trabajaba con un diseñador o para contarme de los vecinos de la casa donde vivíamos hace muchos años.

En una de sus historias relata que un día mientras trabajaba como ayudante en el local comercial de Jaime el diseñador llegaron dos tipos a asaltar el local, Jaime guardaba una pistola que sacó de un cajón y su falta de experiencia y los nervios no lo dejaron usarla para defenderse; así que uno de los asaltantes se la quitó y con esa misma los amenazó a él y a Olga obligándolos a encerrarse en el baño mientras ellos saqueaban el local comercial.
“Jum, ese Jaime no usó la pistola, por poco nos matan ahí mismo”
“Si uno tiene un arma es para usarla y si no pa’que la tiene”
Protesta aún cada vez que relata ese hecho.
Lo cuenta además cómo algo novedoso e
importante y entonces aunque me irrita un poco; pienso que es todo su universo, sus vivencias pasadas, sus anécdotas rancias, pero para ella importantes, su cuarto, su silla,la comida y las medicinas, su vida se detuvo hace veinte años y no sabe lo que el mundo ha avanzado y todo lo que la gente del común debe sortear en su vida diaria.
A veces pienso ¿cómo es posible que toda una familia esté al servicio de saciar las necesidades básicas de una persona que no puede aportar nada a la sociedad?
Tanto así que a veces en sus recaídas debemos decirle la forma de mover sus pies.
Mira Olga debes levantar el pie y avanzar para dar el paso, trata de estirar la pierna hacia adelante, si te quedas dando pasos en un solo sitio te cansas.
Ella levanta un pie luego lo deja caer en el sitio donde estaba y repite la acción múltiples veces, pareciera que hace una extraña danza mientras machuca insectos con sus pies, no es así, ella cree que está caminando.
Mira Olga levanta el pie, avanza que si te quedas quieta el peso de tu cuerpo dobla tus piernas y puedes caerte.
No puedo Susana, me duelen las rodillas- ¿Es que no entiende?
¡No me moleste más!
Pero Olga si te quedas de pie quieta igual te van a doler igual -por favor da otro paso- digo mientras la sostengo de la cintura, no me puedo retirar e ir por una silla para que se siente, pues en un segundo podría caer.
muy bien Olga- le digo cuando avanza dos pasos.
Lo haces muy bien – ¡Te estás recuperando!
Vas a estar bien.

Por otro lado especialistas de la salud, están a su servicio y vigilando su estado. médicos generales, psicólogo, psiquiatra, neurólogo, vigilando su salud en general.
Hemos dejado de lado nuestra salud, no hay tiempo para visitar un médico y si algo nos duele ignoramos y seguimos pues aparte de ella y de gestionar todo lo necesario para su atención médica,cada quien debe solucionar su día a día y los recursos necesarios.

En sus últimas crisis le parecía oír voces amenazantes de personas que trabajan en la calle cerca a la casa, dice que van a acabar con su vida que los ha oído fraguar un atentado en su contra, que la van a matar, trato de convencerla que no podrían ya que la casa donde vivíamos es muy segura, que no podrían entrar hasta su cuarto, el miedo la domina y argumenta con seguridad que está convencida que acabarán con su existencia.
No hay motivo alguno para hacerlo.

Por tanto su última patología arrojó como diagnóstico: “Trastorno esquizoafectivo, hidrocefalia, hipotiroidismo…”
Cómo dije en un párrafo anterior las patologías cambian todo el tiempo.
Al cierre de este texto todo sigue avanzando, parece que tendrá una larga vida si es que a esto se le puede llamar de esa manera.
Y la de nosotras como familia no se si se le podrá llamar vida.

Susana Victoria Galeano.

Valora este artículo